Hoy llegué de mi tercera misión de Solís. No hice sino reafirmar lo loca que me vuelve este pueblo y lo perdidamente enamorada que estoy de él. Cada día ahí es una fiesta, cada día ahí es una
aventura.
No sé cómo explicar lo feliz que yo soy allá, lo completa que me siento cada vez que voy. Solís es un pueblo increíble que nos recibe siempre con los brazos abiertos y nos hace sentir siempre como si estuviésemos en casa. Agradezco infinitamente a Dios haberme puesto en ese pueblo, haberme dado el privilegio de poder relacionarme con la gente de allá. Y digo privilegio porque misionar ahí es realmente un
privilegio. Solís tiene algo mágico, algo tan grande que no me alcanzan palabras para describir todas las sensaciones y emociones que me genera. Es una felicidad pura tan grande que me llena tanto que siento que podría explotar. Por eso, cada vez que puedo, vuelvo a visitar el lugar durante el año.
No hay manera de que me arrepienta de haber tomado este camino. Hay gente que piensa que esto es una locura, pero la realidad es que esas personas no se equivocan. Misionar es una de la locura más grande de todas y, también, una de las mejores. Es la locura en la que se ve a Jesús todo el tiempo y en la los sentimientos siempre están a flor de piel, es la locura que te pone piel de gallina y genera sonrisas, lágrimas, abrazos y amistades.
Estoy orgullosa de saber que dimos lo mejor de nosotros mismos esta semana. No hay quien se haya quedado de brazos cruzados, no hay quien no le haya sacado una sonrisa a alguien. Pero así como nosotros dejamos una marca allá, ellos dejaron una marca en nosotros. Les aseguro que la felicidad que nos da la gente de Solís es inmensurable. Guardo en mi corazón muchos momentos, muchos rostros y muchos abrazos (que para los que me conocen, saben lo loca que me vuelve dar abrazos, y allá recibo gratis abrazos de oro todo el tiempo).
aventura.
No sé cómo explicar lo feliz que yo soy allá, lo completa que me siento cada vez que voy. Solís es un pueblo increíble que nos recibe siempre con los brazos abiertos y nos hace sentir siempre como si estuviésemos en casa. Agradezco infinitamente a Dios haberme puesto en ese pueblo, haberme dado el privilegio de poder relacionarme con la gente de allá. Y digo privilegio porque misionar ahí es realmente un
privilegio. Solís tiene algo mágico, algo tan grande que no me alcanzan palabras para describir todas las sensaciones y emociones que me genera. Es una felicidad pura tan grande que me llena tanto que siento que podría explotar. Por eso, cada vez que puedo, vuelvo a visitar el lugar durante el año.
No hay manera de que me arrepienta de haber tomado este camino. Hay gente que piensa que esto es una locura, pero la realidad es que esas personas no se equivocan. Misionar es una de la locura más grande de todas y, también, una de las mejores. Es la locura en la que se ve a Jesús todo el tiempo y en la los sentimientos siempre están a flor de piel, es la locura que te pone piel de gallina y genera sonrisas, lágrimas, abrazos y amistades.
Estoy orgullosa de saber que dimos lo mejor de nosotros mismos esta semana. No hay quien se haya quedado de brazos cruzados, no hay quien no le haya sacado una sonrisa a alguien. Pero así como nosotros dejamos una marca allá, ellos dejaron una marca en nosotros. Les aseguro que la felicidad que nos da la gente de Solís es inmensurable. Guardo en mi corazón muchos momentos, muchos rostros y muchos abrazos (que para los que me conocen, saben lo loca que me vuelve dar abrazos, y allá recibo gratis abrazos de oro todo el tiempo).
Puede que sea un poco repetitiva y puede que siempre que vuelvo de misionar describa las cosas de la misma manera. Perdonen, no sé cómo hacerlo mejor…sí sé, en cambio, que planeo seguir tomando este camino, y que misionar me hace sentir plena y me llena de vida.
Agradezco infinitamente a Solís la semana que nos hicieron pasar allá y la felicidad que nos regalaron. Y agradezco también a los misioneros con los que me tocó compartir esta experiencia, sin las cuales esto, definitvamente, no hubiera sido lo mismo.
Gracias.
Agradezco infinitamente a Solís la semana que nos hicieron pasar allá y la felicidad que nos regalaron. Y agradezco también a los misioneros con los que me tocó compartir esta experiencia, sin las cuales esto, definitvamente, no hubiera sido lo mismo.
Gracias.